martes, 15 de febrero de 2011

Por fin empezó a llover

Los truenos anunciaban una tormenta, no importaba si seria húmeda o no, sino que era inminente.

Ella, levantó la cara deseando que callera por lo menos una gota y así poder confundir la estupidez de su llanto, pero tampoco eso sería posible. Esa tarde nada le sería posible.
El perro seguía ladrando pero aunque era igual, para ella, ya no tenía la misma intensidad. Lo vio fijamente, por fin tenía su atención, y por eso dejó de ladrar, pero ella ya no lo veía a él, y se dio cuenta, por lo que se dio la vuelta cojeando perdiéndose en el fondo de la calle.
Ella seguía parada, sabía que pronto vendría por ella, pero no le importó. Prefería quedarse ahí observando el movimiento de las nubes. Había pasado tantos días observándolas, pero nada era como ese día, todo parecía tan obscuro, pese al rayo de sol que se posaba en el incierto horizonte.
Empezó a caminar, pero ya no importaba.
Afuera había tantos gritos, tanto ruido, parecían todos tan alegres, pero no se daban cuenta de que su enfermedad ya había avanzado demasiado, y todos sus aplausos y risas eran engaños que propiciaba la misma enfermedad.
También ella estaba contagiada, pero ya había encontrado la cura, sin embargo, no la quería tomar, porque a él le dolería, y ¿cómo soltarlo?, ¿cómo retiraba la mirada como si nada pasara?, no podía ignorar su mirada, y le dolía tanto no poder sentir lo mismo, no poder comprenderlo. Lo que más le dolía era la propia insensibilidad, y quería sentir un poco de aquello para no caminar rechinando los metales de un robot, pero eso también era imposible. Entonces no era ni blanco, ni amarillo, ni verde, ni azul. La mezcla de los colores era muy desagradable casi tato como la insatisfacción que daba vueltas en su vientre.
De pronto escuchó unos pasos tratando de acoplarse a los de ella, no quiso voltear pues ya sabía quién era y qué le diría, así que sólo se detuvo, y antes de que él pudiera decir algo, ella se adelantó:
- Ya lo entendí y por eso lo maté, ahora puedes irte, nadie te va a detener, mira cómo camino, cómo me alejo. Yo no diré nada y ahora esto a nadie le importa, lo encontraran muerto y no se podrán a investigar, ahora eres libre, y yo…yo también.
Él intento tomar su mano, pero antes de que pudiera, ella empezó a caminar rápidamente, la desesperación la hizo correr. Ahí fue cuando el tren se descarriló y separó en treinta mil pedazos todos sus huesos.
Él no podía creer que estuvo a punto de tomar su mano.
Por fin empezó a llover.

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