Llueve, llueve y llueve, es extraño, soy una persona muy friolenta y casi no me gusta mojarme y sin embargo disfruto cuando llueve; ver los nubarrones, el cielo gris, los charcos, llegar con los tenis enlodados y sentir esa sensación de humedad, de frío. El ambiente en la calle es como el de un cuarto viejo de madera, perdido en el bosque, donde todo lo que se percibe es desorden, desolación y humedad. Podrá haber mucho ruido, por los cláxones de los carros que conforme aumenta la intensidad de la lluvia aumentan sus ronquidos, las personas, con la mente hecha un panal de abejas, corren y salpican al romper un charco, los autos y motocicletas a gran velocidad avientan el agua como si se tratara de una mar embravecida, olas que chocan con las rocas de pavimento. Y sin embargo el cielo apagado, los arboles que se ponen a mirar sus raíces como escuchando en silencio sus horas tristes y se dejan llevar por el peso del agua, hacen parecer como si en realidad todo estuviera vacío, no importa cuanto caos haya, en realidad parece que todo es soledad. Las miradas que se pudieron haber encontrado se perdieron en el asfalto.